sábado, 6 de diciembre de 2014


TERCER DÍA:  “AND THE MOON ROSE OVER AN OPEN FIELD”

A la tercera fue la vencida y conseguimos ponernos en marcha lo suficientemente temprano para lo que sería un día lleno de aventuras y experiencias. Comenzamos por una visita a los alrededores del Burj Al Arab, según nos dicen el único hotel de 7 estrellas del mundo, que se erige sobre una isla artificial con su original perfil que recuerda a una vela desplegada. Aunque aún era temprano el sol apretaba con fuerza y el reflejo sobre la arena blanca apenas permitía tener los ojos abiertos. Intentamos entrar en el recinto con nuestro vehículo pero parece que no había descuentos para familias numerosísimas… Así que nos conformamos con un agradable paseo por el Souk Madinat, un cuidado centro comercial construido manteniendo el tipo de construcciones y callejones propios de los zocos tradicionales. Es decir, todo como el primer día pero un poco de cartón piedra. Multitud de restaurantes y tiendas a la orilla de un bucólico lago artificial, al otro lado del cual se aprecian las habitaciones de un precioso hotel. De ahí de nuevo al coche y fuimos hasta el hotel Marriot Dubai, justo frente a la playa del día anterior con el objeto de subir al mirador del piso 52. Mar se entretuvo en el ascensor y se le cerraron las puertas lo que le tuvo un rato viajando en vertical por el edificio, aunque al final pudo llegar a observar la vista desde las alturas de la Palm Jumeira, esa isleta artificial con forma de palmera plagada de urbanizaciones y coronada en su extremo por el hotel Atlantis, hasta allí fuimos y nos detuvimos un rato frente al malecón que daba al Golfo.



 
 
Para cumplir el plan establecido en el cuaderno de Felisa (por cierto, a estas alturas ya había desaparecido y sigue en paradero desconocido) había que comer algo rápido y ligero para salir a pasar la tarde en el desierto. Así que cerca de casa, nos tomamos unos kebabs y cargamos el coche con toda celeridad. Tanta que por poco dejamos la carne para la barbacoa en la nevera y nadie nos acordamos de coger la sal.

Apenas 60 Km hacia el sur por una carretera jalonada durante los primeros tramos a ambos lados por más construcciones de grandes urbanizaciones, uno piensa hasta dónde llegarán los planes de ampliación del número de habitantes, o si se tratará más bien de esa compulsiva forma de hacer negocio con el ladrillo que tan familiar nos resulta. Pronto alcanzamos la puerta del desierto, una última rotonda y estamos en una pista aún asfaltada desde la que se extienden mares de dunas hasta el horizonte. Aún nos adentramos hasta encontrar un lugar que resultó ser magnífico. Las sensaciones son indescriptibles, dan tantas ganas de subir y bajar dunas corriendo o rodando como quedarse quieto a escuchar los “sounds of silence”. Tratamos de reunir suficiente leña seca de los escasos cuatro árboles que nuestra vista alcanzan y nos preparamos para el acontecimiento. Desde la duna más elevada observamos extasiados la puesta de sol mientras que a nuestra espalda la luna casi llena comienza a elevarse.

Después música, fogata, y por fin a estrenar las barbacoas portátiles de un solo uso que Oscar había conseguido. Aunque el sol ya se había puesto, la imagen del desierto con la claridad de la luna iluminaba nuestro improvisado campamento con generosidad. No fuimos capaces de hacer funcionar las barbacoas, apenas logramos asar unos sawharma y unas salchichas, rebozadas de arena gracias a que los chavales no sabían estarse quietos. Daba igual, guardamos la mejor carne para otra ocasión y allí nos quedamos contemplando la inmensidad, recorriendo una y otra vez aquellas dunas y comprobando la agilidad de los chicos en sus saltos y en sus carreras por aquél sube-baja de arena fina, móvil, inmensa.
 

Ya tarde decidimos que era hora de regresar, pero el coche había decidido quedarse allí mismo donde le habíamos dejado, junto a la duna. Las ruedas patinaban y rodando sobre la fina arena se enterraban sin conseguir que avanzaran una pulgada. Momentos de preocupación y tensión. Finalmente utilizamos las sillas plegables para calzar las ruedas y conseguimos desenterrarlo y salir con otra aventura en la mochila.

No perdonamos nada, aún maravillados con lo que habíamos visto, volvimos a la barbacoa del jardín de Oscar y liquidamos aquellos lomos de carne sudafricana y australiana que supieron a gloria ya pasada la medianoche. Día completo.

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