TERCER
DÍA: “AND THE MOON ROSE OVER AN OPEN
FIELD”
A la tercera fue la vencida y conseguimos ponernos en marcha
lo suficientemente temprano para lo que sería un día lleno de aventuras y
experiencias. Comenzamos por una visita a los alrededores del Burj Al Arab,
según nos dicen el único hotel de 7 estrellas del mundo, que se erige sobre una
isla artificial con su original perfil que recuerda a una vela desplegada.
Aunque aún era temprano el sol apretaba con fuerza y el reflejo sobre la arena
blanca apenas permitía tener los ojos abiertos. Intentamos entrar en el recinto
con nuestro vehículo pero parece que no había descuentos para familias numerosísimas…
Así que nos conformamos con un agradable paseo por el Souk Madinat, un cuidado
centro comercial construido manteniendo el tipo de construcciones y callejones
propios de los zocos tradicionales. Es decir, todo como el primer día pero un
poco de cartón piedra. Multitud de restaurantes y tiendas a la orilla de un
bucólico lago artificial, al otro lado del cual se aprecian las habitaciones de
un precioso hotel. De ahí de nuevo al coche y fuimos hasta el hotel Marriot
Dubai, justo frente a la playa del día anterior con el objeto de subir al
mirador del piso 52. Mar se entretuvo en el ascensor y se le cerraron las
puertas lo que le tuvo un rato viajando en vertical por el edificio, aunque al
final pudo llegar a observar la vista desde las alturas de la Palm Jumeira, esa
isleta artificial con forma de palmera plagada de urbanizaciones y coronada en
su extremo por el hotel Atlantis, hasta allí fuimos y nos detuvimos un rato
frente al malecón que daba al Golfo.
Para cumplir el plan establecido en el cuaderno de Felisa
(por cierto, a estas alturas ya había desaparecido y sigue en paradero desconocido)
había que comer algo rápido y ligero para salir a pasar la tarde en el
desierto. Así que cerca de casa, nos tomamos unos kebabs y cargamos el coche
con toda celeridad. Tanta que por poco dejamos la carne para la barbacoa en la
nevera y nadie nos acordamos de coger la sal.
Apenas 60 Km hacia el sur por una carretera jalonada durante
los primeros tramos a ambos lados por más construcciones de grandes
urbanizaciones, uno piensa hasta dónde llegarán los planes de ampliación del
número de habitantes, o si se tratará más bien de esa compulsiva forma de hacer
negocio con el ladrillo que tan familiar nos resulta. Pronto alcanzamos la
puerta del desierto, una última rotonda y estamos en una pista aún asfaltada
desde la que se extienden mares de dunas hasta el horizonte. Aún nos adentramos
hasta encontrar un lugar que resultó ser magnífico. Las sensaciones son
indescriptibles, dan tantas ganas de subir y bajar dunas corriendo o rodando
como quedarse quieto a escuchar los “sounds of silence”. Tratamos de reunir
suficiente leña seca de los escasos cuatro árboles que nuestra vista alcanzan y
nos preparamos para el acontecimiento. Desde la duna más elevada observamos
extasiados la puesta de sol mientras que a nuestra espalda la luna casi llena
comienza a elevarse.
Después música, fogata, y por fin a estrenar las barbacoas
portátiles de un solo uso que Oscar había conseguido. Aunque el sol ya se había
puesto, la imagen del desierto con la claridad de la luna iluminaba nuestro
improvisado campamento con generosidad. No fuimos capaces de hacer funcionar
las barbacoas, apenas logramos asar unos sawharma y unas salchichas, rebozadas
de arena gracias a que los chavales no sabían estarse quietos. Daba igual,
guardamos la mejor carne para otra ocasión y allí nos quedamos contemplando la
inmensidad, recorriendo una y otra vez aquellas dunas y comprobando la agilidad
de los chicos en sus saltos y en sus carreras por aquél sube-baja de arena
fina, móvil, inmensa.
Ya tarde decidimos que era hora de regresar, pero el coche
había decidido quedarse allí mismo donde le habíamos dejado, junto a la duna.
Las ruedas patinaban y rodando sobre la fina arena se enterraban sin conseguir
que avanzaran una pulgada. Momentos de preocupación y tensión. Finalmente
utilizamos las sillas plegables para calzar las ruedas y conseguimos desenterrarlo
y salir con otra aventura en la mochila.
No perdonamos nada, aún maravillados con lo que habíamos
visto, volvimos a la barbacoa del jardín de Oscar y liquidamos aquellos lomos
de carne sudafricana y australiana que supieron a gloria ya pasada la
medianoche. Día completo.
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