domingo, 7 de diciembre de 2014


CUARTO DÍA: “STILL CRAZY AFTER ALL THESE YEARS”

Amanecemos aún con el buen sabor del recuerdo de la visita al desierto. Tarde pero satisfechos. Casi sería mediodía cuando salimos de casa.





 

Atravesamos de nuevo la ciudad para ir al barrio de Al Karama, donde se encuentran decenas de tiendas con especializadas en todo tipo de objetos copiados. Ropa, bolsos, material deportivo, relojes, gafas de sol y muchas otras cosas de marcas mundialmente conocidas pero falsificados, copias de alguna forma ilegal de todo tipo de cosas. Cada vez que he visto en Madrid a vendedores ambulantes con estas falsificaciones tan conseguidas y a precios tan irrisorios me pregunto cómo funciona este negocio. Aún sigo sin saberlo, pero sorprenden varias decenas de tiendas ofreciéndote cualquier cosa. Supongo que a las grandes empresas propietarias de estas marcas no les gustará demasiado que existan este tipo de establecimientos, pero el hecho de que existan de forma tan pública y consentida me confunde. Al fin y al cabo, pienso, lo que guía este tipo de consumo no es más que tratar de conseguir obtener objetos reconocibles por sus marcas a precios mucho más bajos ¿no se trata de un mercado paralelo al fin y al cabo?

El problema es que nos habían advertido de que había que regatear hasta conseguir la mitad del primer precio. Los “moli men” se quedaron en casa estudiando y Felisa nos acompañó. Apenas nos detuvimos a comprar unos detalles y unas deportivas para los chavales, pero las habilidades en el regateo cuando uno no sabe lo que realmente debe pagar ni lo vive como un apasionante juego son limitadas. Con más dudas que certezas nos conformamos con pagar lo que en Madrid sería un precio-chollo sin estar seguros de nada más. Como salimos tarde, tardamos en encontrar el lugar y allí nos entretuvimos nos dieron las cuatro de la tarde sin haber comido. Del mercado de las copias fuimos al “mayor centro comercial del mundo”, el Dubai Mall, donde todas las marcas tienen sus mejores tiendas y productos. Y decir “todas” no parece una exageración. Creo que podrían sortear un buen premio a quien fuera capaz de decir un objeto que no pudiera comprarse allí. Un centro comercial mastodóntico, donde el ticket que te ofrecen cuando aparcas, no es para abonarlo (allí es gratis) sino para indicarte en qué lugar has aparcado, de tan fácil que es allí perderse tratando de buscar tu coche.

Nuestro propósito no es comprar. Queremos comer algo rápido, dar un paseo para saciar la curiosidad y ver el espectáculo de música y agua famoso en el pequeño lago artificial que franquea el centro comercial por su extremo este. Se trata de una amplia terraza justo en la base del Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo con 828 metros. Al menos hasta que en los dos próximos años finalicen el proyecto siguiente, que los superaría según está proyectado. Los espectáculos que vimos fueron bonitos, el primero de música tradicional árabe cuya coreografía recordaba tanto las danzas típicas como las curvas y movimientos que sugieren la caligrafía árabe. El segundo, más escueto y recio, con el himno nacional de los Emiratos Árabes.

 




El centro comercial es lugar de reunión y de paseo de mucha gente. Estuvimos un buen rato esperando la llegada de los “molis” en la puerta, que se convierte en una especia de pasarela de vehículos de lujo, donde la ostentación parece una virtud a juzgar por la naturalidad con que la gente convive con ella, motores potentísimos avanzando a una lentitud contradictoria, casi como contoneándose ante las miradas y los móviles que tratan de retenerlos en sus electrónicas retinas. No estoy seguro de si suscitan más admiración o envidia, si es que ambas cosas son fácilmente discernibles. A mí me parece estar viendo una película del absurdo, surrealista e incomprensible.


Miles y miles de peatones, entrando y saliendo constantemente de aquella gigantesca puerta, en sábado por la tarde o sea en horario festivo de máxima ocupación. Muchas personas con las vestimentas locales, muchos de ellos con mujeres que les siguen permanentemente a una distancia de cinco o diez pasos, vestidas con sencillas ropas occidentales pero con mangas largas en pantalones y sudaderas a pesar del calor asfixiante, la mayoría de raza india u oriental. Las que salen cargadas con las bolsas de las compras, las que entran con las manos aún vacías y la mirada baja. Nos cuentan algunas cosas respecto de este personal de “servicio” que nos escandalizan, no sólo de locales, también en algunos casos de expatriados que encuentran en el maltrato y las vejaciones una costumbre adquirible, tal vez porque su poder adquisitivo parece igualarles. Existe esa élite global de la que hablan muchos sociólogos, aquí explícitamente visible. Dubai es un gigantesco mercado para sus finanzas y para sus negocios, y el Dubai Mall parece el lugar adecuado para sus caprichos.
 
 

Cartier, Dolce Gabana, Louis Vuiton, Dior, Yves Sant Laurent... infinidad de esas marcas (no se me ocurrió ninguna que no encontrara en el directorio) tienen aquí enormes tiendas con espectaculares escaparates y elegantes dependientes. Dentro del centro comercial están las Galerías Lafayette y también Bloomendale´s, una pista de hielo, un gigantesco acuario una de cuyas piscinas se muestra como entretenimiento en uno de los pasillos donde uno puede hacer un respiro entre tienda y tienda observando tiburones, rayas y cientos de peces yendo de un lado a otro. Entre lo que no vimos nos hablan de un parque con atracciones, un simulador de vuelo de la compañía aérea local y otras muchas cosas. Sí vimos los últimos modelos de Iphone con carcasas fabricadas en oro puro y brillantes.

Regresamos a casa. Nos dividimos y algunos pudimos regresar en el metro, que también pasa por ser el metro más moderno del mundo, aunque no sé explicar el porqué de esta denominación, algo dicen sobre que no lleva conductores, pero no sé. 29 minutos de trayecto para recorrer 13 estaciones de un metro nuevo y confortable. Descaradamente limpio como todos estos espacios públicos (en el centro comercial, tras muchas de las enormes puertas giratorias y correderas, todas de cristal, encontramos personal con el uniforme del centro con una gamuza en la mano que se preocupa de pasarla y mantener las puertas impolutas constantemente). Cogimos billetes de clase “regular”, existe también la “Gold class” que tienen vagones reservados en cada convoy. Se trata de un metro cuyas estaciones están diseñadas por Norman Foster, creo, y cuyo trayecto se suspende elevado una decena de metros sobre nuestra famosa Sheak Zhayed acompañándola en gran parte de su travesía de la ciudad. Las estaciones recuerdan a los caparazones de algunos insectos. Ofrece otra visión del atestado tráfico de esta ciudad permanentemente en construcción. El desafío de las infraestructuras para más de dos millones de habitantes en una ciudad pensada para transitarla en vehículo privado parece descomunal. El metro no va ni mucho menos atestado, pero lleva una considerable ocupación. Al llegar a nuestro destino, la parada del centro comercial Ibn Batuta (Óscar vendría a recogernos allí, puesto que la urbanización aún está a otros 10 minutos en coche) veo por primera vez autobuses públicos de línea, distribuidos en varios andenes recogiendo a gran parte de quienes vinieron con nosotros en metro.
 

El litro de gasolina cuesta 1,70 Dirham (0,35 euros aprox.) pero los depósitos se vacían con celeridad: las enormes distancias, la obligación de realizar muchos trayectos cotidianos en vehículo, el predominio de vehículos de alta gama y todoterrenos así como la práctica inexistencia de vehículos diésel (me dicen que apenas hay dos surtidores de gasóleo en toda la ciudad) hacen que estemos ante un elevadísimo consumo de gasolina por habitante. En el supermercado nos colocan las compras en bolsas de plástico sin cargo ni límite alguno como se hacía en nuestro país hasta hace bien poco. Tampoco existen facilidades para el reciclaje ni la separación de residuos domésticos. Pienso que tal vez la inmensidad del desierto y la sensación de “milagro” al haber conseguido reproducir y superar los espectaculares logros arquitectónicos y de consumo de las grandes urbes, hace que aquí parezcan estar lejísimos de cualquier consciencia sobre la finitud de nuestros recursos y de las consecuencias que esto tiene para la supervivencia de nuestra especie. En esto me parece estar en uno de los países más atrasados del mundo.

Cenamos algo ligero en casa después de disfrutar de la preparación colectiva tanto de la cena como de la comida del día siguiente. Todo con la música de fondo de S&G en aquel directo del Central Park neoyorquino hace más de 35 años. “Still crazy after all these years…” pienso que no sólo se refiere a nosotros que nos encontramos aquí, sino a toda la humanidad.

Gin tonics, y a la cama. Que mañana toca madrugar porque subiremos al piso 120 del Burj Khalifa.
 

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